EL ESTRÉS DEBILITA NUESTRO SISTEMA INMUNE
Marisa Velásquez

Si observamos las comunidades que viven fuera del gran movimiento de las grandes ciudades, y que por el contrario, viven disfrutando del contacto con la naturaleza, podemos darnos cuenta que sus miembros son longevos, sanos y felices. Viven en armonía con su entorno y tienen menos estrés que cualquier persona que vive dentro del sistema.
El gran problema que estamos atravesando como sociedad es que nuestro organismo está continuamente en estado de alerta por la exigencia y la actividad incesante del mundo moderno.
Lo normal sería que el mecanismo de alarma o de supervivencia de nuestro organismo se ponga en marcha de forma esporádica al enfrentarnos con una situación de peligro, como un asalto, estar frente a un depredador, o estar en peligro de ser atropellados al cruzar la calle, o en casos como los que estamos viviendo actualmente, con la pandemia mundial del COVID-19.
Actualmente lo que está sucediendo es que los mecanimos de supervivencia están activos habitualmente, y todas las reacciones elegidas adaptativamente por la amígdala cerebral para afrontar estos peligros fugaces se acaban convirtiendo en tóxicas cuando la sensación de alarma no finaliza en unos minutos.
Esto trae consecuencias para nuestro organismo, que el corazón empieza a trabajar cinco veces mas de lo normal y de forma contínua, lo que a largo plazo puede generar patologías cardiacas. Afecta también al sistema digestivo, el estrés no permite que se reciba el suficiente suministro de sangre y paraliza al sistema y no le permite funcionar bien. Como consecuencia de esto la comida ingerida no avanza dentro del tubo digestivo y se pudre y fermenta, generando dilatación en el abdomen y meteorismo (gases). Esto produce que el ácido del estómago suba hacia el esófago, produciendo el ya conocido reflujo. Además esa bolsa de gas que se ha generado en el abdomen al pasar al intestino grueso causa el cólon irritable. Los estados de estrés también afectan los ciclos regulares del sueño, causando el popular insomnio.
No es para nada casualidad que estas condiciones de salud son muy comunes en nuestra sociedad actual.
¿Y de dónde sale todo ese estrés que activa nuestro modo de supervivencia?
En parte, es por que nos hemos acostumbrado a que cuando sentimos algo negativo o doloroso no lo expresamos, y de esta forma esas emociones no expresadas se van quedando atrapadas en nuestro cuerpo, generando malestar, dolor, incomodidad, y al mantener este patrón de comportamiento nos puede llevar, incluso, a enfermar seriamente.
Sobrecargamos nuestro sistema con esas emociones atrapadas, que generan reacciones químicas en el cerebro y que son tóxicas para nuestro sistema, hasta que llegado un punto, el sistema ya no puede más y colapsa.
Nuestras emociones atrapadas, nuestros traumas, ansiedades y experiencias no procesadas que guardamos como información en nuestro sistema son el origen de lo que nos enferma.
La base del patrón de cada síntoma, cada estrés o cada enfermedad (física o emocional) se encuentra en las emociones y recuerdos sepultados en nuestra mente subconsciente. Y cuando estos recuerdos son activados por alguna circunstancia externa, entonces se dispara una reacción a nivel corporal que se le conoce como reacción inapropiada al estrés.
¿Que significa tener una reacción inapropiada al estrés?
Significa que simplemente no nos hemos adaptado a la situación presente y nuestro cuerpo está reaccionando como si algo del pasado estuviera ocurriendo ahora en el presente.
Esta reacción va a generar componentes químicos en nuestro cuerpo que lo va a mantener en alerta, en estado de superviviencia, pero el problema es que mantenemos este estado de alerta por periodos largos, y no estamos diseñados para eso.
A diferencia de los animales, los seres humanos podemos disparar la respuesta de estrés solo con nuestro pensamiento, y no es necesario que estemos “viviendo” la experiencia.
Solo con conectarnos a un recuerdo amargo de nuestro pasado, inmediatamente para nuestra mente ese recuerdo se hace real en el presente y esto hace que todo nuestro sistema se desequilibre, el estrés acelera la disminución de los telómeros (extremos de los cromosomas), con ello se acelera el envejecimiento y además el sistema inmune se deprime.
Los mecanismos de supervivencia que se activan por el estrés no nos permiten adaptarnos a las situaciones y nos causan un desgaste a nivel celular.
Cuando el estrés se prolonga en el tiempo se producen sobrecargas de tensión que repercuten en el organismo, y se pueden traducir en sentimientos de derrota, desesperanza, desamparo, daños en la salud física y mental, con un debilitamiento del sistema inmunitario y mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, dolores musculares, insomnio, trastornos de atención, depresión, entre otros.
¿Cómo podemos superar el estado de alerta en el que nos encontramos?
El estrés puede ser un buen aliado si se administra como un recurso para responder ante situaciones de peligro de manera eficaz y funcional , y se le conoce como eustrés.
El eustrés genera la adaptación positiva a la situación de tensión y alienta el fenómeno de la resiliencia, que es la capacidad del ser humano de afrontar los contratiempos y situaciones adversas.
Así como se activan los mecanismos de supervivencia ante las situaciones estresantes, éstos también pueden ser desactivados automáticamente con la existencia de los mecanismos de adaptación, que son los que nos ayudan a ver las oportunidades ante la dificultad.
Cuando se ponen en marcha los mecanismos de adaptación, el cerebro lleva la sangre a la zona pre frontal, que es la zona clave para prestar atención, poder poner las cosas en perspectiva, tomar deciciones, activar la creatividad y aprender.
Lo que debemos empezar a entender es que hay una estrecha conexión entre el cerebro y todo nuestro cuerpo. Y así como un pensamiento o una emoción nos puede enfermar, también nos puede sanar.
Al tomar consciencia que nuestros pensamientos, percepciones y emociones, conscientes y subconscientes, contribuyen al estado de salud de nuestro cuerpo, y por lo tanto a la efectividad y eficiencia de nuestro sistema inmunológico, podremos ser mas responsables y hacernos cargo de gestionar nuestra salud mental y emocional, para que así ésta se vea reflejada en la salud de nuestro cuerpo físico.
Bien dice esa antigua frase … “En mente sana … cuerpo sano.”